Tuve que viajar desde Nueva York hasta Lisboa para una reunión con nuestra división portuguesa. Debido a la combinación de vuelos, aterricé a las 8.15 h, aunque mi reunión no empezaba hasta las 11.00 h. Y, con casi tres horas por delante, me preparé para lo que preveía que sería una tediosa mañana.
A mi llegada al aeropuerto, mi chofer Amandio me dio una cálida bienvenida. Iba muy bien vestido y portaba un cartel con el logotipo de la empresa. Enseguida tomó mi equipaje de mano y reconfirmó mi destino, indicándome que solo se tardaba veinte minutos en llegar. Dejé escapar leve suspiro ante la larga espera que tendría que soportar una vez allí, y entonces Amandio acudió al rescate: sugirió hacer primero una parada en el hotel para que pudiera descansar antes de la reunión.

Acepté agradecida. Amandio, en todo momento al cuidado de mi equipaje, me llevó hasta un impresionante Mercedes EQS y luego condujo hasta el Four Seasons. Hice un check-in anticipado y, una vez en la habitación, pude darme una revigorizante ducha. Llena de energía, regresé al vestíbulo del hotel, donde Amandio me esperaba. Su pose paciente y discreta transmitían tranquilidad.
Nos dirigimos a la oficina. Llegamos con diez minutos de adelanto, lo que me dio tiempo para reordenar mis pensamientos de cara a la reunión. Además, al no tener que preocuparme del equipaje, me sentí confiada y preparada. Justo antes de entrar, envié un mensaje a mi secretaria para asegurarme de que Amandio fuera mi chofer para el traslado de vuelta. Su atento servicio había convertido lo que podría haber sido una espera aburrida en una revitalizante mañana.

«La atención y el cuidado pueden convertir una espera mundana en un momento de tranquilidad. Me esfuerzo para que cada viaje transcurra sin sobresaltos».