Cuando, con 32 años, visité a mis padres en Zúrich, la emoción se palpaba en el ambiente. Yo me preparaba para presentarles a Steven, el hombre que había conquistado mi corazón, y él, deseando impresionarles, había organizado al detalle que Diana, una chofer conocida por su ejemplar servicio, recogiera a mis padres en su impecable Mercedes Clase S negro y los llevara a Elmira, un distinguido restaurante de Zurich para nuestro primer encuentro familiar.
Diana mostraba una gran atención al detalle, y a petición nuestra, recibió a mis padres con una selección de exclusivos chocolates de la Confiserie Sprüngli. En su coche, siempre impecable, sonaron las canciones de Frank Sinatra, las favoritas de mi padre, generando el ambiente perfecto para el viaje.
El almuerzo fue un éxito, y además Steven y mi padre estrecharon lazos en torno a la vela, una afición compartida, insinuándose posibles salidas futuras al lago de Zúrich. Me sentí profundamente agradecida por la planificación y el papel de Diana en convertir aquel día en una jornada memorable. Su profesionalidad y amabilidad no pasaron desapercibidas, y desde aquel momento se convirtió en nuestra chofer preferida en la ciudad Suiza. Quizás incluso, ¿por qué no?, el día de nuestra boda.
«Como chofer, mi papel combina la invisibilidad con una gran atención al detalle. Para el cliente, cada momento debe fluir a la perfección, creando una experiencia impecable sin esfuerzo aparente».