Mi trabajo como personal diplomático me obliga a viajar con mucha frecuencia. El Día de los Caídos -Memorial Day- del año pasado tuve que hacer un viaje relámpago a Washington D.C. para asistir a una recepción oficial en el cementerio de Arlington. Al aterrizar en el aeropuerto de Dulles me recibió mi chofer Atif, cuya actitud tranquila y serena me llamó inmediatamente la atención. Y, nada más llegar a Arlington, donde la seguridad se había reforzado debido a la presencia de altos funcionarios y personal militar, pude comprobar de primera mano su atención al detalle.
Esperaba tener que someterme a un largo chequeo de seguridad, pero me sorprendí gratamente al comprobar la rapidez con la que pasamos los controles. Atif me explicó que se había asegurado el día anterior de que los agentes en Arlington tuvieran registrada su identificación personal, así como la matrícula del vehículo. Su actitud proactiva demostró una excepcional vocación de servicio.
La recepción en Arlington fue solemne y emotiva. Saber que Atif estaba cerca, listo para continuar el viaje, me tranquilizaba. Nada más concluir el evento, ya estaba preparado para conducirme a la terminal de vuelos privados, donde mi jet esperaba para llevarme de vuelta a Houston.
La actitud profesional de Atif y su meticulosa planificación transformaron lo que podría haber sido un día con interminables esperas en una experiencia tranquila y expeditiva. Su preocupación por asegurarse de que todo funcionara según lo previsto no me pasó por alto. Mientras mi avión despegaba, tomé nota mental de pedir a mi secretaria que le enviara una carta de agradecimiento por el excepcional servicio prestado mientras estuve en la capital.
«Anticiparme a las necesidades, especialmente durante eventos importantes, me permite crear una experiencia fluida y sin contratiempos. Es la manera de garantizar que los pasajeros puedan centrarse en su trabajo».