En un importante viaje de negocios a Roma, aterricé en la terminal de vuelos privados del aeropuerto de Ciampino, donde me recibió mi chofer Ambrozie. Su elegante Mercedes Clase E estaba fuera, brillando bajo un despejado cielo italiano, y enseguida nos pusimos en marcha. Aunque estoy familiarizado con las animadas calles de Roma, me sorprendió la cantidad de gente que había en el centro ese día. Ambrozie me explicó que eran peregrinos de toda Europa se habían reunido para ver al Papa, que esa tarde se dirigiría a ellos desde el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.
Me sentí inicialmente intrigado por tal evento cultural, pero enseguida me concentré en mi reunión de trabajo, sin saber que la proximidad de la oficina al Vaticano podría llegar a complicar mi regreso al aeropuerto. Cuando terminé la reunión y me dispuse a volver a Ciampino, me di cuenta de que las calles estaban abarrotadas de peregrinos, incluso más que por la mañana, y el tráfico estaba paralizado. Preocupado por la posibilidad de perder el slot de mi vuelo, pregunté a Ambrozie qué podíamos hacer.
Con calma y confianza, me aseguró que todo iría bien. Y demostrando una habilidad excepcional, transitó por las calles secundarias y menos conocidas de Roma, evitando los atascos de las calles principales. Su profundo conocimiento del trazado de la ciudad era asombroso, y llegamos a Ciampino mucho antes de lo esperado.
Con tiempo de sobra, disfruté de un delicioso capuchino en la terminal privada, reflexionando sobre la profesionalidad y la pericia de Ambrozie. Había conseguido convertir lo que podría haber sido una situación estresante en una experiencia tranquila y sin preocupaciones. Gracias a él y a su impecable servicio, logré salir de Roma a tiempo, según lo previsto.
«Mientras conduzco por las intrincadas calles de Roma, me aseguro de que cada viaje sea fluido y puntual, incluso en medio de los desafíos inesperados de la ciudad».