A menudo viajo a Italia por negocios, normalmente haciendo un rápido viaje de ida y vuelta entre Düsseldorf y Roma. El otoño pasado, al aterrizar en Fiumicino, mi chofer habitual Roberto ya estaba en la terminal esperándome. Su actitud educada y cortés era de agradecer a una hora tan temprana. Roberto me guio a través del aeropuerto hasta su espacioso sedán de marca Mercedes.
Me acomodé en el asiento trasero y me relajé mientras Roberto conducía hábilmente por el creciente tráfico matinal hacia el centro de la ciudad. Siempre me he sentido cómodo y a gusto en su presencia, lo que me ha llevado a solicitar sus servicios a través de nuestro Departamento de Viajes, siempre que fuera posible.

Roberto reconfirmó conmigo que haríamos el itinerario habitual: un trayecto en coche hasta la oficina, seguido de un viaje de vuelta al aeropuerto al cabo de unas horas. Al llegar a destino, me despedí y me dirigí rápidamente al interior. No fue hasta que estuve en lo alto del edificio cuando me di cuenta de que me había dejado una carpeta importante en el coche. Me apresuré a bajar, con la esperanza de que Roberto todavía estuviera cerca.
Para mi alivio, cuando se abrieron las puertas del ascensor, vi a Roberto entrando en la recepción a través de las puertas de cristal, con mi carpeta en la mano. Sonrió y me la entregó, explicándome que siempre revisaba minuciosamente el vehículo después de cada viaje por si había algún objeto olvidado. Mientras subía de nuevo en el ascensor, reflexioné acerca de la confianza y tranquilidad que Roberto me proporcionaba siempre que viajaba por negocios a Roma, motivos por los que siempre quiero que sea mi chofer.

«Cada detalle es importante. Mi objetivo es asegurarme de que el trayecto transcurra fluido y sin contratiempos, para que el viajero se pueda concentrar en el motivo de su viaje».